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Murió Julio Palacio, musicógrafo del Teatro Colón

Murió Julio Palacio, musicógrafo del Teatro Colón

El último año fue, además, el programador de los conciertos de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires

Se fue un amigo. Peleábamos muy a menudo, pero éramos amigos y nos teníamos afecto. Julio Palacio murió ayer, tras varios meses de dura lucha contra una cruel enfermedad. Era un apasionado de aquello que para él era lo más importante del mundo, la música, particularmente la sinfónica. Sus ídolos máximos se llamaban Mahler y Bruckner, y a partir de ellos surgían nuestras diferencias. Los dos escribíamos los comentarios sobre conciertos y, en estos últimos años, también sobre óperas para los programas del Teatro Colón. Pero Julio defendía lo que para él era justo: quería escribir siempre él sobre sus grandes amores, sólo que yo también defendía el terreno. Tenía razón: no había por qué pelear. Tenía confianza en sí mismo y estaba convencido de que nadie podía entenderlos como él. Julio Palacio surgió a la vida pública en la década del 60 (o tal vez fines de los 50) cuando deslumbró a la audiencia televisiva con su extraordinaria memoria para reconocer una obra sinfónica desde el primer compás. Pero no quiso quedarse ahí, en amante aficionado. Ingresó en la Facultad de Música de la UCA y allí se dedicó al estudio de la composición y la dirección orquestal, y egresó con su título de licenciado en composición. Estaba ya formado, muy bien formado y su memoria seguía siendo su fidelísima amante. Empezó a escribir en el Colón y a dar clases, tanto particulares como en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Durante años preparó un trabajo, con vistas al libro, sobre las fechas exactas de estreno de las obras sinfónicas en Buenos Aires y sobre sus intérpretes. Era generoso para aportar sus datos cuando uno lo requería. Sin embargo, no logró hacer efectivo su deseo de darlos a la imprenta. Sin duda en sus archivos deben estar esas precisiones, que alguien debería convertirlas en un libro útil. Sus audiciones radiales eran otra historia y el programa que venía desarrollando en la FM de Radio Nacional Clásica, los domingos por la noche, se titulaba Cancionero de Palacio. Hablaba con soltura, con un estilo, a veces, poco ortodoxo, pero lo hacía para evitar la rutina y la ampulosidad. En realidad, lo hacía de esa manera porque así era él. Hace escasas semanas, después de tan tremendas pruebas para salir a flote de sus desdichas, sintió deseos de escuchar música. Pidió que le llevaran a terapia intensiva una sinfonía de Bruckner. Las conocía de memoria. Sabía la duración de cada movimiento. Hablar de su orquestación era para él un deleite. En 2007 fue programador de los conciertos de la Filarmónica, como antes lo había sido de la Sinfónica. Vamos a extrañar a Julio, tanto sus alumnos, como sus compañeros de trabajo. De él quedan sus escritos, muy valiosos, en programas y comentarios discográficos, y el recuerdo de una personalidad fuera de serie. Hoy, a las 11, se realizará un responso en la capilla del cementerio de la Chacarita.